15 de abril de 2015

La magia de los payasos.

Si de algo estoy segura en esta vida es de que la (son)risa es el mejor regalo que podemos hacer(nos). Por eso, una de las profesiones que más dulzura me provocan es la de ser payaso. De un modo u otro, siempre consiguen sacar una sonrisa a gente a la que ni conocen, y que probablemente en más de una ocasión no está teniendo el mejor día de su vida. Son especiales. Tienen una magia y una fuerza natural.

Ser payaso se lleva en el corazón, en las ganas de querer hacer feliz a los demás aunque sea sólo por un momento. Se necesita mantener encendida la inocencia de los niños, su curiosidad, y su falta de sentido del ridículo. Ser payaso es ser un niño grande, y saber llevarlo con orgullo y con pasión. Y es que no es sencillo provocar una sonrisa -mucho menos una gran carcajada- y por eso no todos valemos para esta profesión.


Lo jodido de este gran trabajazo es que, si se pierde la sonrisa, se pierde la razón de ser. Es complicado actuar como payaso a tiempo completo, y conseguir dejar a un lado la vergüenza o el pudor que estorba cuando tratamos de hacer reír a alguien. No siempre hay ganas de hacer el payaso, pero siempre hay alguien que necesita a uno cerca. Ojalá todos fuésemos capaces de hacer reír a quien nos importa, de cargarnos sus malos ratos y sustituirlos por un puñado de globos, de naricillas rojas y, por qué no, de sonrisazas enormes de esas que te hacen más guapo. Y ojalá todos tuviéramos la gran suerte de poder contar con uno de esos payasos que harían cualquier cosa por hacernos reír, y que con su don especial nos enseñan a ser nosotros mismos sin pensar en nada más. Porque sabemos que los malos rollos no van a dejar de existir, pero es bueno saber que puedes vivir con ellos.

19 de noviembre de 2012

Por ti, para ti.

Los años con ella fueron una etapa de mi vida, y ahora empieza otra etapa en la que ya no está. Echarla de menos a cada instante, pensar en todo lo vivido a su lado y sentir un gran vacío y tristeza es inevitable. No pretendo estar siempre alegre, pero desde hoy intentaré seguir por mi camino, con su recuerdo en el corazón, y con las fuerzas y la energía que me regaló hasta el último instante. Será un camino duro, difícil de andar, pero será el camino que a ella le hubiera gustado recorrer con nosotros, y sólo por eso le debo mi sonrisa. 


Donde quiera que estés, HOY TAMBIÉN TE QUIERO.

27 de octubre de 2012

Hay que hablar más y callar menos.


Hay que empezar a decir en palabras lo que ocultamos bajo una mirada, un suspiro o un silencio. A menudo guardamos en nuestro cofre personal todo aquello que por miedo no somos capaces de gritar a los cuatro vientos, y resulta que llega un día en que esos vientos han cambiado sin haber intentado que transporten nuestro mensaje. 

Nos encerramos en celdas cotidianas esperando una llamada, pero en los días grises nadie aparece por detrás para darte ese abrazo que llevas esperando desde ya ni sabes cuándo. Es cierto, no se trata tan sólo de pedir lo que esperamos de los demás, sino de estar atento a esas llamadas de emergencia que se realizan sin emitir ni un solo ruido. Por regla general, las cosas más bonitas ocurren en sigilo. Y las más dolorosas también.


Cada minuto de silencio esconde detrás tantos gritos ahogados que a menudo llegamos cuando es demasiado tarde. Por eso debemos ser nosotros quienes barramos los pedacitos rotos a nuestro paso para después reconstruir el puzzle y pegarlo con un buen pegamento. Y si ese pegamento no está cerca, tendremos que alzar la voz y pedirlo alto y claro para asegurarnos de que hay alguien escuchando dispuesto a bajar hasta la tienda más cercana en su búsqueda. 



23 de octubre de 2012

Ya basta.


Cuando notó que ya no podía más, hundió su cabeza bajo un puñado de arena y allí pasó las horas más largas que podía recordar. Lo había dado todo sin recibir nada agradable a cambio. Su cuerpo estaba roto por dentro, mientras por fuera parecía cantar las más bellas notas musicales. Tanto tiempo escondida en aquella arena le había desposeído de cualquier mínima ilusión. Su vida, quebrada, seguía ahora por nuevos caminos sin un final determinado. Deambulaba por la nada, entre náuseas y ganas de llorar en lágrimas lo que no podía expresar de otra manera. Había tocado fondo, y sus fuerzas flaqueaban para volverse a levantar.

25 de septiembre de 2012

El miedo, esa maldita enfermedad.

Se ha consumido el espacio imprescindible para crear nuevas ilusiones. Sabíamos que no estaban hechas para vivir entre muros, encerradas una vida entera gritando al aire. Por eso desaparecieron.

Ya no quedan sueños en las noches de este otoño; el miedo a despertar y descubrir que no queda nada de ellos paraliza cualquier mínima intención. A veces pienso que por miedo empiezo a enloquecer, pero de golpe me sorprendo viendo que lo que realmente está loco es el mundo en el que vivimos. Él supera con creces todo tipo de demencia, llegando a rozar los límites de un sinsentido como nunca pude imaginarme.

Para nosotros ya no quedan sonrisas suficientes. Todo resulta alarmante, y hasta el sonido de un teléfono nos hace saltar de nuestro asiento. Vivir con miedo, latir con miedo, querer con miedo. Con miedo al fin, a una página negra en este libro grisáceo. Pero el miedo paraliza, se apodera de ti, de mí, y de todos nosotros. Por miedo dejamos de apretar los dientes y seguir, dejamos de creer en nada, dejamos de existir.

Mientras tanto, ella llora. A su manera, pequeñas gotas saladas resbalan por sus mejillas. El daño es irreparable, y hasta ella sabe que no hay vuelta atrás. Ahora el sol brilla sin fuerza, sin el calor de hace tan sólo unos meses. Nadie quiere luchar en batallas perdidas, y hoy ya no quiere que nadie la moleste. Perdida en ninguna parte sigue pidiendo ayuda a gritos, sin poder alzar la voz, sin ni tan siquiera ser capaz de hacer que alguien la entienda.

La única certeza es que el tiempo pasa, y que corre en nuestra contra minuto tras minuto. Parece que ya no hay remedio, que la vida sigue fuera de esa habitación y que a nadie le interesa lo que hay dentro. Necesitamos perderte para entender que te tuvimos, que siempre estabas ahí, y que no merecías nada de esto. Por desgracia, los días siguen avanzando sin esperar por nosotros, y es necesario armarse de valor para seguir el ritmo que nos marcan.

4 de septiembre de 2012

Se acabó.

Adoraba su peculiar manera de sujetarse el pelo, sus elegantes pañuelos en el cuello, y hasta sus enormes gafas de color cereza. Siempre había pensado que no destacaban sus preciosos ojos, pero aquel día frente al mar estaba espectacularmente hermosa. Hablaba sin parar mientras la marea empezaba a salpicar sus pies descalzos, pero él estaba tan pendiente de sí mismo que no parecía escucharla.

Adoraba también sus enfados, porque a ellos les seguían esos hoyuelos que se dibujaban en torno a sus labios cada vez que sonreía. Pero aquel día no hubo ninguna señal de calma. Él ya había decidido envejecer a su lado, y quizás por eso no ha vuelto a ver el mar. Un "se acabó" sonaba con fuerza sobre la arena, salvaje como el sonido del rompeolas que acababa de devolverle a la realidad. Ella se había cansado de esperarle siempre. Ella, su princesa...

Por más que le dijera todo lo que le adoraba, ya no había nada que hacer. Era muy tarde para empezar a demostrar lo que no le dijo nunca: se le habían pasado el tiempo y las oportunidades.

2 de septiembre de 2012

Tregua.


Hay cosas que se vienen abajo mientras les damos la espalda. Se nos escapan de las manos las miles de ilusiones que apuntamos en una lista con ideas futuras que nunca veremos realizadas. Por pereza, porque pasamos de intentarlo. Hay cosas que, simplemente, vuelan. Desaparecen. O se transforman.

También hay personas que cambian. Que sufren metamorfosis doloras y complicadas contra su voluntad. Existen monstruos que se cuelan debajo de nuestra cama un día cualquiera, sin avisar. Monstruos que se encargan de destruir todo lo que un día nos mantuvo con vida. Cuando uno de ellos entra en casa, muchas emociones se escapan por la puerta de atrás mientras permanecemos distraídos adorándole.

No se puede hacer nada por alejar esa suerte de nosotros. Sin saber porqué, hemos sido elegidos para vivir una aventura llena de fascinantes salas frías, caras tristes y adultos con bata blanca. Una aventura que no podríamos imaginar ni en la peor de nuestras pesadillas, pero que es nuestra aventura, la que nos ha tocado interpretar.

Y es que cuesta echar de menos a alguien que sigue estando con nosotros; alguien que se aleja por momentos sin poderlo remediar. Perder poco a poco a esa persona que tenemos delante de nuestros ojos, y que ayer nos llenaba de ganas de luchar por esta vida de mierda a la que nos aferramos con una fuerza sobrehumana. Ni aún viéndolo escrito puedo asumir semejante idea.

Si queréis un consejo, el mejor consejo que os puedo dar, invertir vuestro tiempo en algo (o en alguien) que os llene de verdad, que os haga vibrar de alegría, y que sepa volver a unir los pedacitos que quedan cuando algo importante se rompe. Y cuando queráis llorar, hacedlo. Os sentiréis mejor aunque vuestro peculiar monstruo siga debajo de la cama.

1 de septiembre de 2012

Preguntas al aire. Capítulo I.

Eran las seis de la mañana, y él ya había decidido empezar con la rutina de ese nuevo día. No podía seguir dando vueltas en la cama, esperando el despertar del sol. Se había cansado. De todo. 

Primero puso su pie derecho sobre el suelo. Después el izquierdo. Nunca había sido supersticioso, pero últimamente ya no sabía qué pensar. Descalzo pudo llegar hasta el baño, dos habitaciones más allá, al fondo a la derecha. El espejo era cruel a esas horas. Unos rizos enmarañados, ojos hinchados y alguna que otra legaña. Cosas del despertar, pensó. Aún era un chaval y no podía evitar sentirse viejo. Era como si el tiempo hubiera decidido acabar despiadadamente con sus ganas, con esa vitalidad que antaño irradiaba.

En aquel pasillo diáfano seguía toda la ropa que había tirado la noche anterior, tras regresar de una indecente borrachera. Las paredes rezumaban un fuerte olor a tabaco. Las cortinas empezaban a amarillear, como los libros viejos que nadie lee. Una mezcla explosiva que le transportaba hasta su antiguo hogar, hogar de fumadores. Él había crecido entre unos padres que no dejaban consumir ningún cigarro, unos padres nerviosos, abandonados a su destino tras el humo de aquella droga.

Suspiró, como el que carga en un instante una pistola llena de recuerdos capaz de matar a cualquiera con una sola bala. Tomó su enorme taza de café recalentado al microondas, y fue directo hacia el sofá. Fuera, el pequeño jardín que en su día le impulsó a comprar aquella casa, seguía recibiendo el agua de una lluvia fina que no parecía cesar. El duro invierno de la zona a menudo helaba todo signo de vida vegetal que pudiera imaginarse, así como innumerables corazones de jóvenes abatidos. No eran buenos tiempos para los indecisos, los románticos o los emprendedores. El invierno se llevaría por delante cualquier elección y cualquier ilusión infundada o no. 

Su café se había enfriado. Sin darse cuenta, había consumido sin piedad su última cajetilla. Y a las seis de la mañana de un domingo como aquel era muy complicado encontrar algún bar o estanco abierto. Miró fijamente a la lamparita del techo. ¿Cuánto tiempo llevaría encendida aquella ridícula bombilla? Él siempre la había conocido inmóvil en ese mismo lugar. Nunca se había visto obligado a sustituirla por otra. Nunca le había fallado. 

De lleno en sus pensamientos sintió que su corazón ardía, como la paja que prende a la más mínima chispa que encuentre en su camino. Ya no podía más. Su cansancio se había convertido en polvo. Ya no entendía nada. No podía dejar de preguntarse qué día cambió su suerte. Cómo o de qué manera había perdido todo lo que le mantenía unido a la vida; viviendo.

La vida se había portado bien con él, hasta el momento. Nunca pedía demasiado, y solía apreciar todo lo que ésta le regalaba. No es que fuese asiduo a ello, pero al menos una vez al año intentaba realizar buenas acciones en agradecimiento. Pero una noche llegó a casa tras el trabajo, y ella ya no estaba. Se había marchado, haciéndole dudar de su existencia por un instante.

No había dejado nada; ni una triste nota pegada en la nevera. Ni un mensaje en el contestador. Ni una sola camisa en su armario. Nada. Había desaparecido por completo, sin dar explicaciones y sin pinta de querer volver. El destino caprichoso había decidido alejarla. Y desde entonces en su jardín ya no crecía nada. Ya sólo podía esperar a que ella, u otra como ella, llenase de nuevo una vida insustancial, repleta de preguntas sin respuestas; de laberintos imposibles de recorrer. Alguien capaz de llenar de luz una maleta oscura, tenebrosa y apática. Ya no podía hacer nada. Se había quedado solo, solo con sus miedos y sus penas. Solo. Sin consuelo alguno, sin ese hombro donde llorar, sin un pañuelo donde secar tanta lágrima.

Él también había tocado fondo. Un fondo interminable. De la cocina salía un intenso olor a comida quemada. Sus pensamientos le habían hecho olvidar la tostadora. ¿Qué sentido tenía todo aquello...? 

31 de julio de 2012

Problemas.

Es cierto, todos sufrimos diferentes problemas a lo largo de nuestras vidas, y casi todos salimos victoriosos de ellos. Dicen que con el tiempo la mente tiende a recordar sólo lo bueno y a olvidar lo malo. Quizás por eso el ser humano tropieza tantas veces en la misma y única piedra, no lo sé.

También es cierto que magnificamos nuestra mala suerte; la sobre-estimamos y creemos que lo nuestro es siempre lo peor. No importa si has suspendido un examen, si te ha dejado tu pareja, si la situación en casa es insostenible o si te vas a morir mañana. Sea como sea, nuestro problema siempre es único, y nadie puede entendernos. Puede que otros hayan pasado por lo mismo anteriormente, pero nosotros nos encargamos de añadirle a nuestro problema un carácter propio y especial que lo diferencia irremediablemente del resto. Somos así, todo lo malo nos sucede siempre a los mismos y nunca a los demás. ¡Qué curioso que el otro 50 por ciento, el de los afortunados, piense lo mismo que nosotros, los tremendamente gafados!

Y es que el nivel en el que engrandecemos nuestros males es proporcional al nivel en el que éstos disminuyen para el resto. Indistintamente, siempre habrá alguien ahí que te diga que eso no es nada y que no te preocupes demasiado, igual que siempre habrá alguien que te diga que no puedes hacer nada para arreglarlo y consiga que te lo creas. Pero ojo, siempre se puede hacer algo aunque sólo sea por ti (otra cosa es que no sepamos cómo, cuándo ni qué).

Yo personalmente, siempre he creído que hay dos tipos de problemas: los problemitas pequeños que nosotros mismos inventamos, y los problemas serios que se nos escapan de las manos sin quererlo. Por desgracia, esos problemas que no somos capaces de abarcar a menudo se mezclan con pequeños problemitas que inventamos, y cuando esto pasa estamos irremediablemente perdidos y el mundo se nos cae encima. Es así, nunca falla...




25 de julio de 2012

Héroes cotidianos.

Existen, y son más de los que imaginamos. A menudo no somos capaces de verlos, pero no por eso dejan de convivir entre nosotros. Personas que cada nuevo día se levantan de la cama sonriendo, aunque sepan que el futuro que les espera no es para nada esperanzador. Personas que, aunque se mueren por dentro, no dejan a nadie en la estacada. 

Gente cotidiana, rostros con los que cruzamos la mirada en la esquina de cualquier calle, seres anónimos que no buscan lo extraordinario de ser reconocidos como grandes héroes. Gente que sostiene nuestra mano e hipoteca su vida por vernos bien. Gente que acepta lo que les ha tocado vivir sin rechistar, y saluda al mundo con los ojos bien abiertos. Esa sutil diferencia entre las ganas puras de reír, y las sonrisas que enmascaran mil quinientos días de mierda en los que deseaste terminar con el mundo entero.

Corazones que cuidan de su propio jardín en lugar de esperar a recibir unas flores; que buscan el oasis del desierto para no morir de sed. Días en los que no encuentras el sentido de la vida en este mundo cargado de injusticias, sin recordar a los que se dejan la piel peleando por salir adelante. 

A menudo no podemos ser más egoístas, más insensatos y menos coherentes. A menudo me cuesta horrores comprender cómo narices podemos ser tan protestones cuando aquellos que en realidad tienen derecho a serlo se comportan como auténticos HÉROES.

Porque en cada parte de este planetita con vida existe un héroe único, especial, de los que no salen en las pantallas de los cines. Cotidianos, anónimos; héroes de calle. Héroes a los que admiro, y que hacen que la vida recobre la importancia que se merece. 

Desgraciadamente, no podemos evitar que tropiecen, pero sí ofrecerles nuestra mano para intentar que no caigan.


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